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jueves, 14 de abril de 2011

FÚTBOL Y POESÍA


Duelo de Poetas

En 1928 el FC de Barcelona y el Real Sociedad jugaron en Santander la final de la Copa de España.
Fué un duelo épico, pues hubo que disputar tres partidos para decidir el campeón (entonces no habia prorrogas, ni penaltis).
En el definitivo, el húngaro Franz Platko, portero del Barça, se convirtió en héroe al detener varios goles marcados estando en precarias condiciones físicas. 
Rafael Alberti, que vio el partido, contó impresionado como el guardameta "fué acometido furiosamente por los de la Real y quedó ensangrentado, sin sentido, pero con el balón entre los brazos... Luego reapareció, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar". Los catalanes ganaron la copa y Alberti escribió su "Oda a Platko". 

Pero el gaditano no fue el único poeta que estuvo en ese día en la grada.
Rafael Celaya, hincha del equipo donostiarra, vio las cosas de manera bien diferente y lo contó en su "Contraoda del poeta de la Real Sociedad", convencido de que el triunfo barcelonista se había producido gracias a la ayuda del árbitro.
La devoción de Celaya a la Real fue correspondida cuando, a su muerte, los jugadores de San Sebastián portaron brazaletes negros durante un partido contra el Athletic de Bilbao.


Oda a Platko 
-Rafael Alberti (1902-1999)-

Nadie se olvida, Platko, no, nadie, nadie, nadie 
oso rubio de Hungria. 
Ni el mar, 
que frente a ti saltaba sin poder defenderte. 
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugia. 
Ni el mar, ni el viento, Platko, 
rubio Platko de sangre, 
guardameta en el polvo, 
pararrayos. 
No, nadie, nadie, nadie 
Camisetas azules y blancas, sobre el aire, camisetas reales, 
contrarias, contra ti, volando y arrastrandote. 
Platko, Platko lejano, 
rubio Platko tronchado, 
tigre ardiendo en la yerba de otro pais. 

Contraoda del poeta de la Real Sociedad 
- Gabriel Celaya (1911-1991)-

Y recuedo también nuestra triple derrota 
en aquellos partidos frente al Barcelona 
que si nos ganó, no fue gracias a Platko 
sino por diez penaltis claros que nos robaron. 
Camisolas azules y blancas volaban 
al aire, felices, como pajaros libres, 
asaltaban la meta defendida con furia 
y nada pudo entonces toda la inteligencia 
y el despliegue de los donostiarras 
que luchaban entonces contra la rabia ciega 
y el barro, y las patadas, y un arbitro comprado. 
Todos lo recordamos y quizá mas que tu, 
mi querido Alberti, lo recuerdo yo, 
por que yo estaba allí, porque vi lo que vi, 
lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre 
recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos 
y hay algo que no cambian los falsos resultados.


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